domingo, 28 de noviembre de 2010
jueves, 18 de noviembre de 2010
Acerca del nitrato lírico
Cuatro meses con la sensación
de que pasaron diez años.
Las propiedades del cloro.
Los rastros que dejó el fuego.
De las horas pico
sobrevive una idea fija:
dejar que fílmico diga
lo que tiene para decir.
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y para no cansarse de mirar y mirar, un ansiolítico:
domingo, 7 de noviembre de 2010
Ahora ya no sé cómo seguir. Ni siquiera sé qué quiero decir con seguir. No sé qué escribir; pero no puedo pensar en otra cosa más que en escribir. Creo que escribo lo que estoy escribiendo ahora como empujón; como empezar de una vez.
Hace poco –esta semana– un sociólogo conocido –y director de la Biblioteca Nacional– comentó, en una breve reseña, el lanzamiento de una novela contemporánea de una escritora argentina. En pocas palabras, y como introducción, se refirió al relato como “una novela que ocurre en el interior de un yo que se desgarra y escribe, que escribe y se desgarra”.
De un yo que desgarra y escribe. Y esperé un rato. Y volví a leer la misma frase: que se desgarra y escribe. Y volví a esperar. En la primera lectura de la reseña sólo leí eso. Pensé que la frase terminaba ahí. Que este era el punto y aparte de la primera aproximación al personaje –o no– de la novela –y, también, de la autora– en cuestión. Pensé en las palabras por separado: desgarrar; escribir. A las dos las pensé cargadas de una fuerza insostenible. (Creo que después pensé en lo acertado de una y otra palabra dentro del contexto de la novela –que no leí– y envidié que el autor de esta reseña sea tan consecuente o pertinente). Por un momento, solo pienso en las palabras. Creo que me levanté de la silla donde estaba sentado, hice una u otra cosa y me volví a sentar: que se desgarra y escribe.
Más allá de la fuerza que cada palabra tiene por separado, la unión de una con otra las potencia al máximo. Y, al mismo tiempo, pensarlas juntas lleva a pensarlas como términos opuestos, que se contradicen: desgarrarse; escribir. Lo débil frente a lo fuerte.
Vuelvo a leer la reseña desde el principio –unos dos o tres renglones anteriores–, pero esta vez termino de leer la frase completa: que se desgarra y escribe, que escribe y se desgarra. Y ahora pienso al revés, en escribir y desgarrarse. Ahora lo fuerte se enfrenta a lo débil. Y ahora escribo.
¿Hasta qué punto escribir es la salida del desgarro? ¿Hasta qué punto hay que desgarrarse para escribir?
Ahora solo –y sólo– escribo, no ya por escribir, sino porque sigo pensando en esas dos palabras. No tengo tiempo de seguir escribiendo –aunque seguiría haciéndolo. Ahora solo queda leer la novela.
Hace poco –esta semana– un sociólogo conocido –y director de la Biblioteca Nacional– comentó, en una breve reseña, el lanzamiento de una novela contemporánea de una escritora argentina. En pocas palabras, y como introducción, se refirió al relato como “una novela que ocurre en el interior de un yo que se desgarra y escribe, que escribe y se desgarra”.
De un yo que desgarra y escribe. Y esperé un rato. Y volví a leer la misma frase: que se desgarra y escribe. Y volví a esperar. En la primera lectura de la reseña sólo leí eso. Pensé que la frase terminaba ahí. Que este era el punto y aparte de la primera aproximación al personaje –o no– de la novela –y, también, de la autora– en cuestión. Pensé en las palabras por separado: desgarrar; escribir. A las dos las pensé cargadas de una fuerza insostenible. (Creo que después pensé en lo acertado de una y otra palabra dentro del contexto de la novela –que no leí– y envidié que el autor de esta reseña sea tan consecuente o pertinente). Por un momento, solo pienso en las palabras. Creo que me levanté de la silla donde estaba sentado, hice una u otra cosa y me volví a sentar: que se desgarra y escribe.
Más allá de la fuerza que cada palabra tiene por separado, la unión de una con otra las potencia al máximo. Y, al mismo tiempo, pensarlas juntas lleva a pensarlas como términos opuestos, que se contradicen: desgarrarse; escribir. Lo débil frente a lo fuerte.
Vuelvo a leer la reseña desde el principio –unos dos o tres renglones anteriores–, pero esta vez termino de leer la frase completa: que se desgarra y escribe, que escribe y se desgarra. Y ahora pienso al revés, en escribir y desgarrarse. Ahora lo fuerte se enfrenta a lo débil. Y ahora escribo.
¿Hasta qué punto escribir es la salida del desgarro? ¿Hasta qué punto hay que desgarrarse para escribir?
Ahora solo –y sólo– escribo, no ya por escribir, sino porque sigo pensando en esas dos palabras. No tengo tiempo de seguir escribiendo –aunque seguiría haciéndolo. Ahora solo queda leer la novela.
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